El año 2008 fue declarado por las Naciones Unidas “El Año Internacional de la Papa”. Un grupo de pintores y poetas iberoamericanos nos reunimos con un propósito común: rendir homenaje a este tubérculo en la Sala de Exposiciones de la Fundación Alianza Hispánica (Madrid). Fue para mí un experiencia emocionante cerrar el ciclo de recitales leyendo mi poemas en quechua y castellano. Finalmente fui gratificada con un acompañamiento andino y un solo de guitarra de un amigo español Santiago Pineda. De hecho me sentí honrada de poder participar en este encuentro inolvidable dedicado a la papa, un legado de nuestra cultura andina.
LA PAPA
Divagaba mi alma por recuerdos de infancia, añorando la papa. Soñaba un camino desde la capital de mi provincia, atravesando el cerro Acuchimay, galopaba hacia los Andes, hacia Chirilla (en Quechua, lugar donde siempre hace frío), o quizá hacia Atuqwachanqa (donde pare la zorra); no obstante, antes de empezar el largo recorrido me detenía una valla de alambres de acero. Interpretando el sueño, la valla de los prejuicios, de la globalización, de la injusticia, del abandono y la soledad.
Soy de los Andes actualmente vivo en Madrid me encuentro entre las papas blancas muy lejos de mi historia en una especie de exilio voluntario y me dicen que su fritura es orgullo de los ingleses que la inventaron. Pareciera que los occidentales están orgullosos de la papa que domesticaron los Inkas, quizá en reconocimiento al hecho de que alguna vez este tubérculo salvó a Europa de una gran hambruna.
No obstante todas la variedades de papas blancas son las que tienen el menor prestigio en el poblador del ande peruano, que no las consume si aún puede evitarlo. La de mayor calidad es el “runtus papa”, la papa amarilla, que tiene un aspecto a yema de huevo, le sigue la papa “huayro”, con una capa de tenues colores rojizos y que es menos harinosa, luego la “wirapasñacha”, semejante a las anteriores pero con algún contenido de aceite natural que la hace más fácilmente deglutibles, viene luego “la peruanita”, parecida a las dos primeras mencionadas, pero que es una invención ingenieril reciente, y se puede conservar por más tiempo; siguen algunas decenas de variedades, que quizá algún gourmet andino, si es que este en efecto existe, podría describirlos. Al final de la escala se encuentra la papa casi silvestre “araq” que se reproduce naturalmente de una que otra semilla que queda después de cada cosecha discreta, con un aspecto exterior que va desde colores morados intensos, pasando por los violetas hasta rojizos oscuros, que lamentablemente está en vías de extinción si es que aún no se ha extinguido. El “atuq papa” (la papa del zorro), la salvaje papa silvestre cierra el telón, se la encuentra esporádicamente en cualquier recodo de los caminos en los Andes.
Galopando el sueño que tuve hasta las remembranzas de infancia, me encuentro acurrucada junto a mi abuela con un ramo de flores de papa, violetas, amarillos, azules, multicolores, esperando el canchari que es mi apellido y que en quechua es el amanecer. Era una niña entonces que soñaba volar atravesando el arco iris quien hacia ollitas con arcilla y al fin atravesé el océano para brindarles mi alma de colores desde la pasión de las flores de la papa y las tormentas.