domingo, 6 de octubre de 2013

NIEBLA DE LAS PENAS, EN LA POESÍA DE NORA ALARCÓN



















Dimas Arrieta Espinoza

En estos tiempos de modernidad y donde se hace a un lado las humanidades, una doble celebración nos motiva la aparición de un poemario como Malvas(Ediciones Casa tomada: 2013), de Nora Alarcón. Poeta que en nada nos hace sentir una voz de género, sino es el sentir y aliento de la poesía, esa fuerza verbal de una vida en cruzada firme con su realidad.

            Por lo tanto, es un libro de poesía y no un poemario, rectificamos.  No es una colección de los mejores poemas de la autora, que ha escrito en una época y se publican con un título sobresaliente, no, Malvas es más que eso. Está ensamblado bajo una unidad temática desde el primer texto hasta el último. Impactantes imágenes circulan y sugieren cada poema: “Tatuaste el olvido en un maguey / aparta de mí el viento que nos conduce al torbellino y al adiós.” (Pág. 12).

            Hay que tener en cuenta que Nora Alarcón (Ayacucho, 1967), anteriormente ha hecho propuestas poéticas interesantes como Alas del viento (2000), Alas de soledad (2005), y Bellas y suicidas (2010), discursos que han diseñado estos logros, ahora con Malvas, donde encontramos los derroteros y búsqueda de una voz propia y personal. Creemos que, ahora la poeta ha encontrado el epicentro en su discurso poético afinado a su propia identidad cultural y literaria. 
   
            La maduración verbal, en un poeta, es una fruta cuya dulzura se siente y se logra con el ejercicio de los años. La poeta Nora Alarcón logra con su libro Malvas, disfrutar de esa delicia. Esos hallazgos idiomáticos de elevar una lengua hacia un altar privilegiado, es decir, lograr la vigencia y consistencia en el tiempo. Ese privilegio se puede obtener con el arte mayor que viene a ser la poesía. Como sabemos, lo mejor de una lengua y  de una época se expresa en la magia de este viejo arte verbal.

Encuentros que potencian el idioma y fortalecen una tradición lírica como la peruana. El lenguaje, objeto y esencia de la poesía, recurre y conquista tamañas empresas, emprende proyectos verbales que singularizan una época, con sus tonos, con sus ritmos, que obedecen a esa buena madriguera verbal de un tiempo. El ejemplo más preciso lo apreciamos, con la publicación del libro Poetas peruanas de antología (Mascapaycha Editores 2009), del crítico literario Ricardo González Vigil,  con más de 660 páginas y con una visión completa de la producción lírica hecha por mujeres en el Perú.

Con estos antecedentes, la propuesta de Nora Alarcón, responde a una poética de su tiempo, a sus vivencias y experiencias exprimidas de los de las oscuras épocas que le ha tocado vivir: “Allí yacerán mis huesos marcados por los gemidos, inundados / por su tromba de amor. / Hasta que se liberen los aromas de los jazmines” (Pág. 28). Hay versos cuya fuerza significativa y sus compromisos no están en los enunciados explícitos, sino en la provocadora sugerencia de un mundo implícito.
Está su pueblo, sus paisajes, (Ayacucho), la presencia de su padre (el Morochuco), como un diapasón que administra los tonos de cada texto en el libro. Se despiden ciertas nostalgias, el pasado que solo sirve de un aviso y referente para que no vuelva a su destino.
“En Ayacucho y sus calles yo tenía ganas de fundirme
                                      con el calor o las palabras.
Devoré los poemas como las codornices los pétalos 
de los geranios.
Recorrí muchos kilómetros sentada en una cabuya.
Solo para tenerte.

Al final de este tránsito llegué adonde las nubes se juntan y disuelven.” (Pág. 23). 
Pero en todos los discursos está el amor, con diversos rostros de lo que fueron y son camino hacia el olvido. Por momentos es un libro duro, pero libertado en la esperanza, en un nuevo día alumbrado por el sol de la armonía. La tierra y los cielos ayacuchanos se dan cita en esta poética, a puro viento se hacen notar esas presencia únicas.

Los referentes regionales, los andes, el pueblo donde se desarrolló toda una infancia, se sienten hoy más que nunca y tienen presencia en este libro de poemas. Se suelda cuentas, se pacifican viejas heridas, se perdonan los sinsabores nacidos en las adolescencias porque son: 
Niebla de las penas más duras, oculta de mí el abismo
                                                                 de su ausencia.
Déjame soñar con las rosas de las lápidas.
Ayúdame a recordar mi propia muerte en tus ojos.
Yo lo adoraba, niebla mía, pero mi amor fue derrumbado 
por la lluvia de su sonrisa suspendida que asfixia y parte.
Se fue con las calandrias y se convirtió en cenizas.
 Ahora el polvo es su refugio.” (Pág. 27).

Por eso celebramos este libro de poemas, porque en todos sus textos se buscan nuevas imágenes en viejos tópicos.