domingo, 18 de enero de 2009

EL AMOR EN LA TORMENTA O LA RELACIÓN DEL INSTANTE DEL FUEGO EN LA LÍRICA DE NORA ALARCÓN




Por José Pablo Quevedo

Desde su Ayacucho querido, la poeta peruana Nora Alarcón, nos ha enviado a Berlín un bello libro de poemas, editado recientemente por la Asociación Peruana Del Libro, en una edición bilingüe (castellano-alemán). Esta edición está dedicada a la Xma. Cita de la Poesía: Latinoamérica – Berlín 2005, que se va a realizar en Berlín desde el 29 de abril hasta fines de mayo, y donde la autora del libro va a participar como invitada.

Hace poco he hecho un comentario breve sobre la poesía de Nora Alarcón para la célebre revista Alhucema de Granada, ahora me extiendo también brevemente sobre la relación del Tiempo hecho Momento en la lírica de la poeta.

Tiempo y Viento, se hacen símbolos pares en la relación del concepto literario de Nora Alarcón. Ellos se anudan y se desatan alados, se condicionan y forman los instantes de la pasión y del regocijo. El Tiempo es algo consubstancial consigo mismo, algo que se realiza en los instantes. El instante es el Ente dinámico de la pasión existencial que fluye en las imágenes que animan la voz pura e intimista de la poeta.

La proyección del momento no es pasado, si no algo haciéndose, que se hace, que vive y atiza la llama de una pasión, la hoguera, la tempestad, ellos están permanente reproduciéndose.
En esta dialéctica, el instante germina, se desarrolla en el viento, en la tempestad, en donde fecunda, se procesa, y queda al final de una batalla, como gotas luminosas que se han realizado temblando desde la tormenta.

El momento vive, no pregunta a la tormenta. El momento es la tormenta del tiempo. La tormenta rescata lo vivido en esa intensidad de las pasiones. Lo que se sucede, se sucede, y pasa, aunque quede grabado en la memoria: “Deja, ya fue / nada se puede detener / No tiene remedio.” Y aunque la memoria sepa, o no sepa, si esto fue cierto, hay que volver a llenar ese nuevo vacío que también se hace constante. Por qué para la poeta, el vacío existe, y hay que llenarlo permanentemente con el amor en la tormenta, en la marea, aquí ellos, encuentran sus fuerzas centrifugales.

En cambio, el viento, "es el momento del tiempo", de la intimidad, de la pasión de los recuerdos que forman las hogueras, que disipan y avivan las tormentas, que abren las mareas, que traen los alazanes de viento y que invita a las cabalgatas, y de allí, irradian los arrebatos y los desvaríos, los orgasmos. Ellos son como bálsamos que acicatan lo que, acaso, verdaderamente se vive, lo que acaso queda, y es verdadero: “Este viento visita mundos / de carbón suicidas al rojo vivo, en escalofrío eterno.” Más aún, su yo íntimo tiene un tono tempestuoso: “El viento en la tormenta / trae un nombre / pronunciado como susurro/ a cada momento.” El viento tiene la libertad de elegir a dónde ir, a dónde perderse o quedarse, el no reconoce el espacio limitado, si no aquel que está designado por la memoria y por lo que él nos ofrece: “Lejano en esta hoguera / eres una melodía / traído por las brisas.”

El viento hace / disipa la tempestad, allí crecen las mareas, el amor vibra, la carne arde, y lo vivido es como un paso que fue, que se hizo, que se repite... “Este viento es un delirio/ Anima todos los tiempos / En noche de presencias / con extrañamientos de fuego /La música fulminada al silencio.” El instante es un paso permanente del tiempo, huellarios de huellarios, un principio y fin que no se agota, que se enciende constante, es algo "que fue / que nada puede detener", aunque quede abierto como una cicatriz. Esos pasos del instante nos reconfortan, nos alientan, nos mueven, aunque después, todo sea una ilusión; ilusión que siempre hay que saber llenar como un cántaro para apagar la sed. Sólo el instante permanecerá haciéndose, realizándose en su dinámica. Ese instante es el fuego: “El viento atraviesa las fronteras / trayendo tu presencia en instantes de fuego.” El fuego aviva lo sensual, consume, nos trasporta al delirio. El fuego es lo único que llena el vacío, pero es un instante breve, después vuelve la calma y en la calma, otra vez, empieza la llama a encenderse.

También los momentos del tiempo (cual cadenas constantes), se mueven, se impulsan en una lucha permanente, son contrarios al vacío, que lo incentivan y tratan de desalojarlo o llenarlo, y esto resulta como pretender algo imposible. El vacío es una nube que no se evapora, que va y vuelve, forma una eternidad subjetiva entre ambos pares, en un juego de llenar y de vaciar, de saber que siempre hay algo que no está saciado en el corazón, y que aquella sensación no se acabará de llenar totalmente; de allí, que emerge una su voz íntima y desesperada, que nos habla en singular: “¡Llámame /Multiplícame con tus acordes / No seré otra si no tuya / en la marea.”...”Te disipas antes de empezar / ¡lumbre, lumbre que nunca llegas!”

El yo subjetivo de la poeta, discurre, se mueve en el instante del tiempo en un juego contra el vacío, como algo que hay que llenar y que no se sacia de realizarse definitivamente: “...El amor es un ensueño / que a veces nos arrastra al vacío.” Todo se aloja en la soledad y el recuerdo. “Es la soledad la que mata / A la orilla de los fuegos más candentes.”

La voz apasionada de Nora Alarcón, por eso queda temblando, cual flecha Zenón, en los instantes del tiempo pasajero y efímero. Y allí su escepticismo, por qué sabe que esa realización es vana, que no se puede vencer, que necesita el amor y la pasión como un medio para calmarla, pero que no puede agotar. Su voz desencantada suena: “Plegaría que el tiempo fue jamás / entre las aguas del río en nuestras rutas.”

El Tiempo también es testigo del Destino. Pero el Destino no es Dios quien absolutamente determina las cosas, no es Dios quien impulsa lo que debe o no debe de hacer el Hombre, por lo menos, en una parte de los Andes, lo constata la poeta: “Aquí uno se olvida las razones de Dios / en la inmensidad de las alturas y del eco de las lluvias, donde lo elemental prevalece.”

El tiempo- instante es el actor del teatro de la vida en las alturas, y lo es en la poesía de Nora Alarcón, instantes de un juego con el paso permanente del viento, que lo hace un amante, o potro, o un instante cual reloj dejando huellas.

La poesía en Nora Alarcón se desprende como una ilusión, como un ensueño que hay que saber ganar en los momentos de las hogueras, allí en el fuego que nos marca en los “movimientos de la luz” y saber rescatarla jugando constantemente con “el vacío bullicioso de multicolores reflejos fosforescentes”, para que el fuego no se vaya definitivamente de la memoria.



* Artículo que forma parte del estudio del poeta José Pablo Quevedo sobre poesía peruana “La Totalidad y las Parcelas de la Literatura Peruana”: http://www.josepabloquevedo.com/nora1.htm