martes, 21 de noviembre de 2006

Malvita

Las malvas crecen en el frío de una tierra barrida por los vientos y azotada por las tempestades, es como si tuvieran la marca de la eternidad en sus pétalos. Aún arrojadas a los abismos siempre renacen. Son como mi cosmovisión quechua, mi visión existencial a través de mi poesía, mi canto y mi testimonio de vida. Florecen entre parajes y quebradas de las pampas morochucas, como la continuación de un paisaje y la afirmación de mi manera de ser.


MALVITA

Malvita de los parajes
Emerges en algún torbellino
Con un vientre en un mar de contracciones

El silencio te ahoga en su reino
Con un amor encadenado a la soledad
Paloma...serpiente...amazona...eterna malva

Oí tu voz y me desnudé frente a tus pétalos
Dancé para ti y bebí de tus versos
Luego nos fragmentamos en mil colores

Te disipaste una tarde de sol
Al ver que mil rosas de plástico
No hacen de un desierto un jardín

Y aun te espero invadido de utopías
Al ritmo de estas venas que calcinan
Melodía que alguna vez nos desnudó para amarnos

Pero...quien sabe la medida de lo duradero
en este universo fulminado de palabras.



KLEINE MALVE (MALVITA)

Malvita der Gegenden
du tauchst auf in irgend einem Wirbel
mit einem Bauch in einem Meer der Kontraktionen

Die Stille erstickt dich in ihrem Reich
Mit einer an die Einsamkeit geketteten Liebe
Taube…Schlange…Amazone…ewige Malve

Ich hörte deine Stimme und zog mich aus
angesichts deiner Blütenblätter
Ich tanzte für dich und trank aus deinen Versen
Dann teilten wir uns in tausend Farben.

Du verschwandest an einem sonnigen Nachmittag
Als du sahst, dass tausend Plasterosen
Keinen Garten aus einer Wüste machen

Und immer noch warte ich auf dich voller Utopien
Im Rhythmus dieser Adern, die brennen
Melodie, die einst uns entkleidete
um uns zu lieben

Aber…wer kennt das Maß des Dauerhaften
in diesem Universum dahin geworfener Wörter.



MALWASCHA (MALVITA)

Huk niraq muyuq wayramantam
Puturimunki maypipas malwascha
Awqanakuy quchapa aqallinpi

Chinniqmi hiqipachisunki suyunpi
Sapallay kayman watasqa kuyakuywan
Urpi... machaqway... ichiqwarmi...
Wiñay malwas

Simikita uyarispam waytaykipi qalatakurqani
Qampaqmi witirqani harawikimanta upyarani
Chamantam waranqa pawqarpi ñutukurqanchik

Waranqa lastiku rusaskuna mana
Purunta waylla kanchapi tikrachiptinmi
Huk intiyuq chisyaykuyta waspiruranki

Kay iskuyachikuq suka tipukyaywan
Kuyanakunanchikpaq qalatuwaqninchik
Takiwanmi suyaykiraq musquykunawan intusqa

Ichaqa, ... pitaq yachan kay simikuanwan
Puchukachisqa pachapi takyaypa tupunta.



MALVITA

Malvita y Sandra transitaban entre la tupida vegetación saboreando el aroma del café y las flores, imitando el canto de los pájaros y cruzaban nadando el río con los niños campas.
Malvita era una joven extraña, cada verano la pasaba con sus hermanas en el pueblo de la abuela, Santa Ursula (Ayacucho), entre caballos y vacas. Le cantaba a la selva, a la lluvia, al viento y a las estrellas. El corazón de esta muchacha probó inciertamente la embriaguez del amor y se enamoró del joven de los cañaverales llamado José, cuya familia integrada en su mayoría por mujeres, tenía una fábrica para procesar la caña y convertirla a aguardiente o cañazo.
Malvita y José solían tener largas conversaciones entre los cañaverales, sentados frente al río. Ella cantaba, él tocaba su guitarra y le decía: si la belleza fuera pecado Dios no te la perdonaría, si el fuego fuera sagrado tu pasión adorarían, si la melodía del sonido fuera blasfemia tu voz la censurarían.
Aquel tiempo el ambiente social estaba convulsionado por las acciones de Sendero Luminoso. Cierto día emboscaron al padre de Malvita, Don Lucas, quien era militar, junto a sus compañeros. Les quitaron sus armas, pero salieron sanos y salvos porque, para su sorpresa, el que comandaba el grupo subversivo era un sobrino suyo. ¡Lárguense y desaparezcan de la zona, la próxima ya no habrá oportunidad! les dijo. Y es así que, por lo peligroso de la situación, Don Lucas tuvo que abandonar aquella tierra de poetas y músicos, llevándose a Lima a su esposa y a sus cinco hijas.
La capital gris, con sonidos extraños, humo y tanta gente, aturdía a esas muchachas acostumbradas a contemplar los más bellos atardeceres. Malvita no tenía amigos, acostumbraba pensar sin cesar y, viendo el cielo tenue sin estrellas, se deprimía. Un día habló con sus padres y los convenció de seguir con sus estudios de biología, los cuales había abandonado en su tierra.
Es así que Malvita regresó feliz, pensando en José y llegó un Viernes Santo lleno de luna y estrellas. Se enteró que los senderistas habían degollado el ganado de su abuela y quemado la casa en Santa Ursula, de modo que con sus cuatro gatos la anciana tuvo que venirse a vivir a Huamanga.
Al día siguiente se encontró con José en la Alameda y conversaron hasta que cayó la noche. Miraban las estrellas, altas y tan deslumbrantes, que el corazón no les cabía dentro del pecho.

* * *

Mi nombre es Sandra, hay cosas que jamás he podido entender. Empezando por la extraña soledad de mi amiga Malvita. Leíamos los periódicos, veíamos las fotografías y aquellos hechos de sangre nos conmovían mucho. Aún resuenan en mí sus palabras: no sé si vale la pena quedarme en estas circunstancias. No puedo dormir, tengo tremendas pesadillas desde que asesinaron en mi presencia y ante los demás alumnos, al catedrático Pablo con un tiro en la cabeza. Fue algo terrible, dicen que lo mataron por soplón. Esa fue la última vez que nos vimos. José le decía: tienes que irte a Lima, acá te expones a muchos peligros. En mi memoria y en mi corazón ,donde vayas, estaré contigo. No te deprimas por nada, sé fuerte como el acero, pronto estaremos juntos por siempre.

Un día de abril, Malvita quedó en encontrarse a las 8 de la mañana con Sandra, quien le iba a acompañar a sus clases de quechua. Llegó primero, estaba parada esperando en la puerta del Local Central de la Universidad. Vio venir a lo lejos a Sandra, una chica extrovertida, muy alegre, que estudiaba Derecho. Pero también venía un niño alegre y contento con su burrito que cargaba alfalfa. Y de pronto estallaron. Mientras la gente gritaba, los vidrios caían. El cuerpo molido del pequeño quedaba impregnado en las paredes. El olor a carne quemada con pólvora y dinamita, era horrible. Engañaron al niño con un juguete, era un camioncito, con el cual venía muy contento observando aquel regalo fatal. Uno no puede ni llorar, ni pensar, porque tiene el corazón roto en mil pedazos y se siente tan desgarrado por dentro ¡Un niño, un inocente niño, eternamente un niño hasta el fin de los tiempos!
Malvita corrió a auxiliar a Sandra, la levantó del piso, estaba ilesa. Pero tan sólo con la fuerza de las ondas había volado uno o dos metros; se pusieron a correr ya que venían los militares con camiones apresando a todos los que encontraban en las calles cercanas a la explosión. Dicen que por sospechosos. Escapaban desesperadamente como en las películas de terror. Malvita se metió en una tienda que estaba a punto de cerrar. Aunque la botaban a golpes, se metió a la fuerza; y la puerta, al intentar cerrarla, le rompió el brazo izquierdo, pero felizmente logró entrar. Sandra no tuvo suerte y se la llevaron junto a otros estudiantes más. La torturaron y la ultrajaron.
Malvita se sentía entre el cielo y la tierra. Regresó a Lima. Se sentía morir un poco en la distancia. Era como una paloma a quien le habían cortado las alas. Un día se puso peor cuando se entero que Sendero había asesinado en Santa Ursula a la madre y a las dos hermanas de su querido José, dicen que por burgueses.
Un día se inscribió a un concurso para estudiar cine. Ingresó. Fue una magia, el encanto que le devolvió la ilusión; sintió como si la esperanza volvía a cantar. Fue al cine por primera vez. Nos habíamos amado Tanto, del italiano Ettore Scola le dejó una grata huella. Se convirtió en una cinéfila. Al finalizar el curso, una institución le financió un proyecto de corto metraje: Renacen las Calandrias. Iban a terminar de editar un miércoles para así viajar el Viernes Santo a Ayacucho y respirar un poco de oxígeno de su tierra querida y, luego, regresar a la capital con José. Pero la edición demoró hasta el viernes, por lo que tuvo que postergar su viaje para el sábado por la tarde. Aquel sábado, Malvita pensaba en su profesor, el hombre de cabellos blancos y largos amarrados en una colita y las cosas descabelladas que decía, y en la dedicatoria que el maestro había puesto a su última película: Para todos los que aman y luchan por hacer cine en el Perú.

* * *

De pronto alguien tocó la puerta. ¡Tía Flora, que linda sorpresa! Nos abrazamos y ella estaba muy extraña de modo que le pregunte: ¿Qué sucede?... mejor que las palabras se evaporen y es así como me entero que Sendero había asesinado al hombre tan esperado de mi vida. Viajé aquella tarde en un ómnibus, pero no pude llegar ni al velorio ni al entierro, un derrumbe en la carretera lo impidió. Pensaba en la vida, en las ilusiones y desilusiones, ya no me interesaban las estrellas, ni la luna, ni el sol. Recordaba a Sandra y me preguntaba: ¿Dónde andará, por lo menos para contarle mis penas? Me contaron que cierto día se fue con los senderistas. Cuando me imaginaba por todas las peripecias que estaría pasando en las punas mi querida y mi única amiga, sentía como una granizada me caía en el corazón; todo se me oscurecía, de pronto no podía evitar unas lágrimas amargas.
Una extraña voz resonaba en mi cabeza: ¿Qué es lo que realmente da sentido a nuestra existencia? Pueden ser muchas cosas y al mismo tiempo nada, ya no existiría poesía ni filosofía sin su amor. Fui al cementerio a llevarle rosas amarillas a la sagrada memoria de un amor convertido en silencio, y luego me fui caminando a la orilla del río hasta llegar al sitio donde crecían unos árboles donde tatuamos alguna vez nuestros nombres y frases como: Tu y yo por siempre.
Antes de regresar a la capital fui al cerro Akuchimay, como una especie de despedida de ese mi pueblo golpeado por la violencia.
¡Ayacucho de mi corazón, de mi eterno sol, yo he de volver algún día convertida en lluvia, viento o poesía!
Tomé el vehículo. Me alejé de la ciudad con el ruido de los motores como el rumor del viento llevando esta huella de amargura en el alma, sintiendo cómo me ardía el estómago. Me palpitaba el corazón con fuerza, como ahora y como siempre, aprendiendo a convivir con el desconsuelo.