martes, 26 de mayo de 2009

ANA BOLENA

Aquí estamos, el día en el que festejamos nuestro cumpleaños, María Sangüesa y yo, a mi derecha también se encuentra mi amiga la escritora María Antonia Ortega. Este año 2009 me está trayendo buenas novedades como la de descubrir varias narraciones de María Sangüesa, como muestra de ello comparto con ustedes una narración histórica bien construida y de calidad: Ana Bolena .

Además, de las tragedias tenemos que sacar lo bueno, dijo María Antonia después de enterarse de que se perdieron mis dos libros, inéditos, de poemas en un "traslado" que hice en Madrid el mes de noviembre del año pasado. Y no quiero entrar en detalles. Como mi libro no se presentó en Madrid sino en Berlín y Lima, es una bonita oportunidad de presentarlo, dijo entonces Maria Antonia y  le hizo un magnífico prólogo a esta 5ta edición de Alas del Viento .

Hay cosas irrecuperables en la vida como la muerte de mi sobrina favorita, Laura Alarcón, a sus 20 años , el 29 de marzo de este año . A estas alturas, estoy resignada  ante el hecho de haber perdido, de la manera más increible, 2 libros por corregir y terminar de depurarlos . Un trabajo de casi 9 años, escrito a mano. En el 2000, cuando me vine por primera vez a Madrid para trabajar en un proyecto cinematográfico, se lo prometí a mi amigo José Watanabe que me animaría a publicar, después de 10 años, siguiendo un poco el color de nuestras conversaciones de entonces: me decía que es mejor la calidad que la cantidad, dejar de exhibirse y trabajar. En fin, no me queda más que aprender a convivir con las circunstancias y mirar hacia adelante.

Siempre me acerco a personas que me quieren , valoran y respetan . Me he equivocado en muchas escenas de mi vida. Si hay gente que no merece que le ofrezca parte de mi universo simplemente me alejo, ya que el mundo es demasiado amplio y rico. Además, como algunos proyectos fenecen otros nacen,  qué le vamos a hacer. No podemos aferrarnos a una flor que un día estuvo viva...

Para ustedes, con cariño, les brindo una narración fina y profunda: Ana Bolena, de mi querida amiga María Sangüesa.


ANA BOLENA


    Un viento frío azota Tower Green. Escucho, lejano, su implacable silbo. Lo siento, cercano, por una punzada de dolor que traspasa mis articulaciones.

    Debe de estar amaneciendo. Intento recoger la primera luz del día con el bruñido bronce de esta bandeja. No lo consigo. Soplo sobre ella y se cubre de vaho. Puedo escribir mi nombre: Ana, reina de Inglaterra.

    Dejaré de serlo en pocas horas, me queda poco tiempo.


    Tiempo… que palabra tan hermosa y tan carente de sentido para quien lo tiene por delante y lo vive, y lo disfruta, sin tener conciencia del don que se le otorga. Y que terrible para quien ve cómo se le escapa, sin más compañía que la de su propia impotencia.


    En este último tramo de mí existencia acuden a mi mente los instantes en que comenzó a trazarse el camino que me ha conducido hasta aquí.


    Había cumplido quince años. Era una mariposa que comenzaba a sacudir sus alas, derrochando colores, fuera de la incómoda crisálida. En aquel entonces lo ignoraba casi todo. Alegre y atolondrada, llegué a la corte de la mano de mi padre Thomas Bolyn. Hombre de sangre noble y alma mezquina, dueño de una ambición desmesurada.


    Me llevaron ante Catalina, la reina. De ella recuerdo unos ojos pálidos y una piel blanquísima y ajada. Su sonrisa no ocultaba el perenne rictus de amargura que cercaba sus labios. Pero el rasgo que más me impresionó fue su mirada, absolutamente triste y con frecuencia ausente. Ahora sé que no se debía únicamente al hondo sufrimiento de haber perdido a los cuatro hijos que nunca vio crecer, sino a esa daga acerada que desgarra almas y cercena sentimientos, la infidelidad. La traición del hombre que aún amaba, y con el que había engendrado a María. La única descendiente, hasta entonces, de los Tudor.


    El rey había nacido cinco años antes que la reina y tras un espacio de quince de matrimonio estaba manifestando públicamente lo que llevaba haciendo desde largo tiempo atrás, impulsado por su temperamento caprichoso y libidinoso. Mi propia hermana, María Bolena, se encontraba entre las amantes que no había escondido ante la Corte, lugar donde anidaban las intrigas y se respiraban las habladurías que envenenaban el ánimo de la que, hasta ese momento, había sido una tímida y dócil reina.


    Yo era demasiado joven, tan superficial y vanidosa como vulnerable.


    La vida era un vuelo centelleante, una danza luminosa que parecía no tener fin. Me sentía en el centro de aquel mundo que me absorbía con sus múltiples placeres: el roce de los suaves tejidos y el brillo de las joyas sobre mi piel, los perfumes traídos de lejanos lugares, que aromatizaban mis ropas y mis largos cabellos. Siempre riendo entre miradas, bailes, e inocentes devaneos.


    En ese desplegar de mis alas no volé hacia el fuego, la hoguera vino a mí.


    Cuando Enrique me abrazó por primera vez recuerdo que miré nuestras siluetas enlazadas mientras se reflejaban en un espejo. Ahora, en la distancia, comprendo que lo que realmente vi fueron la soberbia y la vanidad ardiendo en una sola llama.


    Aquel incendio no pudo ser sofocado por el Papa Clemente, ni por el Emperador Carlos, rey de España, sobrino de la reina repudiada. Ella demostró entonces una dignidad y una fuerza interior ilimitadas.


    Mientras tanto, yo creía que Enrique luchaba por nosotros al saltarse los diques de la religión, la política y la diplomacia. ¿Había existido alguna vez una mujer tan amada? Creerse dueña de aquella seguridad, tener aquel convencimiento, alentaba mi vanidad y me hacía volar cada vez más alto.


    Ni por un momento pensé en las humillaciones que sufría Catalina. Alejada del palacio de Windsor, encerrada de castillo en castillo. Apartada de su única hija que, al haber sido declarada la nulidad del vínculo, había perdido el derecho a la sucesión del trono.


    Es inconmensurable el dolor que puede dejar la soberbia desbordada en su imprevisible trayecto. Y el orgullo que quiere ennoblecer su nombre mientas se esconde tras la máscara del amor. Esa palabra tan valiosa, ahora, para mí, y tan carente de significado para quien, como Enrique, no sabe amar sino poseer y que únicamente la utilizó, entonces, como un pretexto que le ayudó a imponer su voluntad por encima de todas las demás.


    Nuestro matrimonio escondió un buen puñado de inconfesables intereses.


    En esa tormenta de fuego quemó creencias, sentimientos, vidas y sueños.


    Con él se queda mi hija Isabel. No quiero pensar en la herencia que corre por sus venas, es todavía demasiado frágil, demasiado pequeña, apenas tiene tres años.


    El vaho desaparece de la bandeja. Mi nombre se borra de su brillante superficie, de la misma manera que el rey me ha borrado de su vida. La mía sé que acabará aquí, en Tower Green.


    Mañana, cuando yo sea una sombra, cuando mi sangre haya sido derramada, en nombre de la calumnia y de la infamia, será Juana Seymour quien ocupe mi lugar en el trono y en el lecho real.


    Me pregunto si ella pensará alguna vez en mí. Yo no puedo dejar de evocar a Catalina. Su vida se apagó en enero de este año de mil quinientos treinta y seis. Hubiera querido hacerle saber que yo, la odiada, hoy puedo llegar a comprender la magnitud de su dolor, ya que el mío aunque más breve no ha sido menos intenso.


    Oigo como el viento amaina y me permite escuchar unos pasos apresurados sobre los angostos escalones de la torre. Ahora tengo la certidumbre de que no llegaré a cumplir los treinta años. En cualquier momento abrirán la puerta.


    Y entonces más que nunca debo de recordar que, todavía, soy la reina.

http://elvuelodehecate.blogspot.com/



domingo, 24 de mayo de 2009

ALBERTO LAURO


Querida amiga Nora: Remiso como he sido hasta ahora, y durante muchos años, a publicar mis versos, casi siempre por imperativo de amigos, no he podido dejar de complacerte cuando me has pedido un poema inédito para tu blog.

       En el número de este mes de la Revista Encuentro de la Cultura Cubana, que se edita en Madrid, en la que colaboro desde sus inicios, aparecerá mi poemario inédito íntegro Cartas no enviadas. Desde 1994 en que llegué a España como exiliado desde La Habana y la Editorial Betania dio a conocer Cuaderno de Antinoo, no he publicado poemario alguno aunque sí  han aparecido, muy esporádicas, colaboraciones mías en revistas y antologías de España, Estados Unidos, Colombia Y otros países latinoamericanos.

     Hace unos días, después de una sobremesa con buenos vinos y en compañía de nuestra amiga, la escritora española María Sangüesa, me hiciste reflexionar sobra la escritura y sus implicaciones. Ahora te respondo además con dos citas de autores clásicos, que quiero compartir contigo y tus lectores:

 

“Si yo escribo, ¿cómo lo recibirá la posteridad? Si un autor desde un principio teme decir algo que dura más allá de su propia vida y época, entonces, las cosas producidas por un espíritu tal serán necesariamente imperfectas y ciegas como abortos, no serán capaces de llegar a la perfección para asegurarse renombre en la posteridad.”

                                                         Longino (“Sobre lo sublime”, 14 y 30)

“Con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre entendidos que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto” 

                                 Platón  (“Diálogos: Fedro” 274c-275e)

   Es para mí un placer darte este poema inédito que en su día le dediqué  a la gran poeta, también peruana como tú, Blanca Varela, cuando invitada por la Residencia de Estudiantes de Madrid pude tratarle, aunque ya conocía su obra desde que muy joven encontré un libro suyo en una de mis dos estancias en la casa del poeta cubano José Lezama Lima. El texto forma parte del poemario Hijo de mortales, que aparecerá finalmente este año en Madrid. Los primeros textos datan de 1987 y los últimos han sido escritos recientemente. Gracias por tu amistad. Tu poesía tiene esa luz de tus ojos que brilla como fulminada paloma de luz, desafiando tormentas y huracanes, y lleva en cada pupila un diamante ancestral y virgen, que después de lunadas, resplandece cual rocío inmarcesible entre las ruinas incas.


NegritaNUEVAS CANCIONES DE ORFEO

                                             A Blanca Varela.

Yo

        Orfeo

Voy ciego y solo

Del fuego a la tiniebla

Del espanto al dolor

De la noche al cementerio

Del abismo al abismo del barro

           Sin cuerpo

                 Sin alma

Palpando con mis manos

Los huesos de otros que ya han muerto muertos

Alabando al sol

Con cristal de labios rotos

 

Yo

         Orfeo

Cantor de sombras

Hijo de sombras

Mendigo errante de las sombras

Busco a alguien entre brumas

Laberintos      cuartos oscuros     tinieblas

Preguntando qué es el amor

Dónde ha ido          fuego fatuo

Qué silencio lo sepulta

Yo que me he mirado en sus temibles ojos

Que estuve alguna vez vivo

Únicamente en ellos

Espero a qué cruel lazarillo

Para guiarme entre ruinas

Y tenderme trampas

Dádiva de anhelos insepultos

Imposibles sueños

 

Dirán

            Ahí va Orfeo

Antes brillante cantor

Virtuoso ejecutante de la cítara

Y el arpa de fiebre

El de la voz sublime

Ahora con lamentos

Aeda de lo Oscuro

Huésped del Hades

Príncipe de la soledad

Heredero del abandono

Y sólo las sombras

Saben que he amado

 

Qué hacer

Si el otros es ahora vacío

Cómo darle luz a la llama extinta

Con qué brisa alimentarla

Arrebatársela al hastío

Cuándo    dónde     por qué

Dije lo que no dije y sentí lo que sentí

 

Esculpir la estatua decapitada del amor

Esa mano cae

        Ese rostro es ausencia

Y olvido en el mar de la noche

Arrastra cuerpos

A la orilla de qué playas

 

En el deseo

Todos mis navíos se hundieron

Sin brújula

                 Sin Norte

Los voy reconociendo

Sólo veo náufragos

Sobre la arena

Las bocas de los muertos

Dicen mi nombre

Están cantando mi canción

Han hecho suya mi voz

Los siento    los oigo      los palpo

La ceniza del infierno es ya mi adiós

Y ese himno

Que olvidarán los hombres

Cuerpos dormidos

En los embates de la memoria de la sangre

 

Los cuerpos de los que amé dónde están

Cuándo se fueron

En qué arpía ahogan su furia

Negando a los que en otro tiempo

Me dieron su sed bajo la lluvia

La nieve       el fuego

Eran de hiel y rencor sus abrazos

Dónde has ido

      el esperado

Ahora que ya no intento retenerte

 

Despierto con sed

Con estos ojos de arena

Este rostro de madera carcomida

Y en mi alma el incorrupto diamante

Hallado en el desierto

Ilumina a Nadie

Hecho del crisol del carbón de mi destino.

Como pájaros huimos

Despavoridos      sin  mañana      sin sueño

Sin vuelo ya      ni aire

Flotando en la nada        la tormenta

Es el ojo de un inmenso ciclón

 

Qué espanto

La cercana primavera.

Como  inútil      absurdo

Torpe pájaro sin vida

Hablo aún mientras

Desnudo desciendo a los infiernos

Al Hades que es la ausencia

Cada día

            Cada instante

En que la estrella se apaga

En la baba del cíclope tuerto

Allí donde en silencio

Para siempre callarán

La voz

                El canto

                                La palabra.


ALBERTO LAURO, (Holguin,Cuba, 1959). Poeta y escritor. Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana. Bibliotecólogo. Dirigió en Holguin el Taller Literario “Pablo de la Torriente” (1981-1986). Trabajó como guionista de radio y televisión en el Archivo Nacional de Cuba y en el Museo de la ciudad de La Habana. Ha obtenido mención del Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (1981), Premio Mirta Aguirre de poesía. Revista Muchacha, (1983). Mención y Primera Mención de poesía del premio El caimán barbudo, (1985-1986) Premio Literatura-86 de Poesía. Premio de La Ciudad de literatura para niños y jóvenes (1987 y 1989). Mención del Premio La edad de Oro. Ministerio de Cultura, (1989). Primera Mención del Premio LLama de Amor viva; Revista vivarium del Arzobispado de La Habana, (1991). Con poemas y artículos ha colaborado en Unión, Letras cubanas, El caimán barbudo, Santiago, La Gaceta de Cuba, Quimera (Barcelona), Diálogo (México), La Urpila (Montevideo)Linden Lane Magazine (New Jersey, Babel (Portugal), Cuadernos de poesía nueva (Madrid), Revue noire (París), entre otras. Autor del poemarioCon la misma furia de la primavera (1987) y de los libros para niños. Los tesoros del duende (1987) y Acuarelas (1990), todos premiados en Cuba. Además de la plaquette Parábolas y otros poemas (Barcelona, 1987). Aparece en las antologías de poesía editadas en Cuba: Como jamás tan vivo (1987), Andará Nicaragua (1987), Mi madre teje el humo de los días(1990) y en Un grupo avanza silencioso (UNAM, México, 1990), entre otras. Su ensayo “Eliseo Diego entre la penumbra y la luz” fue publicado en: Acerca de Eliseo Diego (Letras Cubanas, La Habana, 1990). Obtuvo el Premio Odisea de Novela con “En brazos de Caín” en 2004. Reside en España desde 1993