
Nora Alarcón (Ayacucho)
Hay ciertas personas que llevan su historia reflejada en el rostro. Basta una mirada, el destello de una sonrisa, la incandescente llama de un gesto, para saber quien es.
Nora Alarcón es poeta, pertenece a tal género y viene del frío irreverente de una tierra barrida por vientos y azotada por tempestades, con la marca de los morochucos en la piel, de aquellos bravos que lideró Basilio Auqui para enfrentarse a los españoles y el tayta Cáceres para salir invicto de su campaña contra el invasor.
Tal vez por eso Nora ha convertido a los caballos en demiurgos de su poesía. Uno escucha el galope de zainos y alazanos cuando se asoma por la austera belleza de sus poemas. Allí está Nora en pleno, aferrando las riendas del tropo y la metáfora con mano firme, sin extraviar jamás a su tordillo por el arenal de los caminos trillados.
Más allá de cualquier valoración crítica, la poesía de Nora es la continuación de un paisaje, la afirmación de una manera de ser entre los mentideros del jirón Quilca y las vastedades de la cordillera.
¿Qué ha encontrado esta poeta en su tránsito por la iluminación?, ¿tal vez el recuerdo de amores?, ¿laceraciones históricas que convirtieron al morochuco de ayer -libertador de poncho y qarawatanas- en el indio insumiso de hoy, rebelde con causa pero desterrado de su propio territorio?
Basta contemplar el vuelo de alguna metáfora, un retruécano justo, una figura que aletea en la pampa con las pezuñas haciendo saltar los charcos, para darnos cuenta que estamos ya ante una voz singular que cuenta con espacio propio en la poesía joven del Perú. Un ángel ambiguo y un zaino mostrenco anuncian su presencia, piafando y dando cocees desde el fondo agreste de su poesía.
La otra pasión de Nora es el cine. Por el cine la conocí en Madrid, mientras preparaba el aterrizaje de “El Forastero” en un paraje andino. A poco de conocerla me di cuenta que estaba ante una voluntad singular, capaz de plasmar en imágenes el mundo que bullía en su interior. No dudé un instante en confiarle la asistencia de dirección, pues vi en ella coraje suficiente para afrontar el reto y experiencia en el oficio para asumir con éxito los retos de la producción. Era una suerte de compartir visiones y darles estructura formal, a fin de ajustar el ritmo creativo al de la puesta es escena, tramo que Nora Alarcón recorrió con admirable destreza. Fui gratificado con el vuelo del ángel y el trote del zaino en la totalidad de las secuencias, y no poco de aquella singladura tiene la huella de su numen poético.
Lima, Perú.
2004
Federico García H.