lunes, 23 de diciembre de 2024

IDENTIDAD, MÚSICA Y FUEGO EN LA POÉTICA DE NORA ALARCÓN

(Por Ana Luisa Ríos)

La poesía peruana andina cuenta con destacados representantes como José María Arguedas, César Vallejo, Efraín Miranda, entre otros. Como bien lo señala Henríquez Ureña (2020: 69):
“Nuestra literatura se distingue de la literatura de España, porque no puede menos de distinguirse, y eso lo sabe todo observador. Hay más: en América, cada país, o cada grupo de países, ofrece rasgos peculiares suyos en la literatura, a pesar de la lengua recibida de España, a pesar de las constantes influencias europeas”.
Del mismo modo, el gran Gabriel García Márquez, en su discurso de aceptación del Premio Nobel, declaró: “América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental”.
Estas ideas encuentran resonancia en la obra de Nora Alarcón, quien plasma la esencia de la identidad andina en su poesía. La poeta ayacuchana despliega sus versos originales acompañados de la música andina, creando una fusión de arte y cultura. En su libro Músico de fuego, publicado por Hipocampo Editores (2023), Alarcón insufla emoción y profundidad en cada verso, destacándose por su capacidad de armonizar la riqueza de la cultura andina con sentimientos universales como la pérdida y la melancolía.
Un ejemplo destacado es el poema “Violín de la despedida”, donde se entretejen imágenes culturales y emocionales para explorar el dolor de las despedidas. La conexión entre memoria e identidad se expresa con una sensibilidad única, reforzada por un ritmo musical que subraya el carácter lírico de la obra. Los elementos andinos, como el charango, el quechua, la ayahuasca, la coca y la fogata, no solo enriquecen el contenido del poema, sino que también otorgan una profundidad cultural insuperable.
El yo poético recurre al paisaje y a los símbolos del entorno andino para transmitir una conexión identitaria que resuena con fuerza en el lector. Nora Alarcón, con Músico de fuego, reafirma que la poesía andina peruana sigue siendo un espacio vibrante de expresión artística y cultural:
VIOLÍN DE LA DESPEDIDA
“copas
ayahuasca
vértigos
melodía de amapolas
evocan el hechizo de amargos amores
La estructura del poema sugiere una fragmentación que refleja el desgarro interior del yo poético. Las metáforas apelan a múltiples sentidos: el sonido (“violín, latido trémulo”), el tacto (“latir para ti”), el gusto (“aguardiente, hojas de coca”) y la vista (“melodía de amapolas”), creando un intrincado entramado sensorial. Los instrumentos musicales simbolizan tanto el dolor como la resignación, mientras que las referencias a la ayahuasca y las hojas de coca evocan la espiritualidad andina y la búsqueda de trascendencia. Este tono introspectivo refuerza el contraste entre el sufrimiento inevitable y la búsqueda de una limpieza espiritual.
Del mismo modo, Néctar de coca es un poema profundamente simbólico que integra elementos de la naturaleza con la espiritualidad andina. Evoca la fuerza de las tradiciones ancestrales y la conexión íntima con la Pachamama. La hoja de coca se presenta como un poderoso símbolo de vínculo, un camino para mirar hacia el interior y alcanzar la sanación espiritual. Este elemento resalta la cosmovisión de los pueblos originarios, donde los seres humanos son una parte inseparable de la naturaleza.
“fatiga del viaje / alivia el andar de esta vida /
dispersa la memoria en la navaja / ¿acaso ahí empezó el martirio?
hojas sagradas regadas por la lluvia / de tu hechizo brotó la noche”.
En cuanto al uso de recursos estilísticos, predominan las metáforas como “Serpiente silvestre apacigua la pena”, la coca sanadora, y los elementos de la espiritualidad andina como la serpiente, el río, y el crepúsculo. Además, las metáforas como “murmullos desposados con los ríos”, “dosis de verde aliento”, y “crepúsculos de sangre” refuerzan la atmósfera de espiritualidad.
Las aliteraciones con sonidos como la s y la l (en palabras como serpiente, silvestre, hojas, coca, talismán) dotan al poema de un efecto de trance. Así también, la personificación es otra figura literaria, a través de la cual la coca se convierte en un “oráculo” y un “talismán” que guía al peregrino en su viaje de lo racional a lo inmaterial, como en “hojas sagradas regadas por la lluvia” y “de tu hechizo brotó la noche”. Por su parte, la metáfora “crepúsculos de sangre” puede evocar tanto la belleza como la violencia. Con respecto al manejo de símbolos, la hoja de coca representa el vínculo entre el cuerpo y el espíritu, la Pachamama, la resistencia, conexión ancestral, y búsqueda espiritual.
Así también, en el poema “Molle” reflexiona sobre la memoria ancestral, el amor y la trascendencia, profundamente arraigados en la cultura andina. A través de un lenguaje simbólico y sensorial, explora la permanencia y la conexión entre la naturaleza y la humanidad. El árbol del molle se presenta como un símbolo de arraigo y resistencia, un canto que rinde tributo a la memoria y al amor como formas de trascender la fugacidad de la vida:
“nuestros catafalcos llegarán ante tus altares / a pesar de nuestros cantos
antes de que la eternidad nos separe / está el amor en mi pecho
el precipicio del infortunio / en el tramo final grito tu nombre”.
El lenguaje del poema combina elementos como el molle, el arcoíris, el charango y la mandolina, enlazando realidades físicas y espirituales. Su tono se caracteriza por una serenidad melancólica que impregna cada verso. Desde el punto de vista estilístico, el molle funciona como una metáfora de fortaleza y resistencia, en contraste con la fugacidad de la existencia. La personificación convierte al árbol en un testigo silencioso del paso del tiempo, un guardián de la memoria que recibe los catafalcos y conserva el legado de los que partieron.
En cuanto a la intertextualidad cultural, el poema alude al charango, el poncho de vicuña y el sombrero a la pedrada, evocando las tradiciones andinas. El abuelo Juan de Dios Alarcón, representado con la mandolina y el caballo, simboliza la herencia cultural que persiste en la memoria colectiva, un vínculo entre el pasado y el presente. El tono general es melancólico, introspectivo, con momentos de elevación. La aceptación de la muerte se entreteje con la búsqueda del amor y la conexión con los ancestros, creando una atmósfera de solemnidad y nostalgia que impregna el poema.
Por su parte, el poema “Raíces” profundiza en la conexión del yo poético con sus orígenes culturales y espirituales mediante la evocación. A través de un lenguaje simbólico, explora la memoria y la identidad, mientras las imágenes intensas reflejan el proceso introspectivo del yo poético. El poema celebra la complejidad del ser humano y la capacidad de la música para transformar y subvertir el dolor, creando un puente entre la tradición y la trascendencia.
fogata eterna fulgurante / canto del entierro del niño entre
las rosas
toco la angustia del fabricante de arpas / soy el músico que llora y ríe al mismo tiempo
A través de la música como hilo conductor, reflexiona sobre el legado de los antepasados y la complejidad de las emociones humanas, donde tristeza y alegría coexisten en un equilibrio delicado. El poema destaca por el uso de metáforas profundas como "melodía de mis orígenes", "nostalgia de piel de nogal" y "dedos que tocan el murmullo del relámpago", que conectan la experiencia personal con un plano simbólico y sensorial.
En cuanto al tono, prevalece una nostálgica evocación de los orígenes y de las emociones asociadas a los recuerdos. Las constantes referencias a la música (yaravíes, melodías, el fabricante de arpas y el músico) impregnan el poema de un ambiente permeado de sutil evocación.
Entre los recursos estilísticos, resaltan las metáforas que transmiten el universo emocional del poema, como "melodía de mis orígenes". Además, la antítesis presente en el verso "soy el músico que llora y ríe al mismo tiempo" destaca la dualidad emocional. Las referencias musicales juegan un papel central. La música, representada por la melodía, los yaravíes y el arpa, se convierte en un conector entre la memoria y las emociones. Los yaravíes, ligados a la lírica andina, evocan melancolía y profundidad. La fogata, por su parte, simboliza tanto la luz como la purificación, emergiendo como una imagen fulgurante. El arpa encarna la creación artística y emocional, mientras que el fabricante de arpas simboliza el trabajo arduo y la dedicación al arte.
El tono del poema es profundamente nostálgico, oscilando entre la tristeza por lo que se ha perdido y la honra a la memoria. En esta atmósfera evocadora, el poema celebra el poder de la música como un vehículo de conexión emocional y como un tributo a los vínculos con el pasado.
Así también, el poema Jarana presenta una meditación poética sobre la pérdida enmarcada en la naturaleza. La música y el paisaje actúan como proyecciones del sufrimiento interior, reflejando un duelo que forma parte del ciclo vital. A través de esta conexión, el poema sugiere el acto de esparcir emociones a lo largo del tiempo, marcado por el ritmo cíclico de las estaciones. El poema aborda la lucha por encontrar sentido a la existencia, a pesar de la adversidad. Las lluvias, un símbolo frecuente, evocan la idea de obstáculos internos o externos que dificultan el camino, atormentando al yo poético, reforzando el presentimiento de un desenlace funesto y otorgando al poema un aire de incertidumbre y tragedia latente.
“riego canciones en cada estación / y estas lluvias solo atormentan mi caminar
en la quebrada llora el búho / sospecha de la última despedida”.
en ese atardecer donde brilla la agonía / del arpa y el violín que desnudan mi pena.
La danza de tijeras es también un poema de gran intensidad y simbolismo. Aborda temas universales como el dolor por la pérdida, la tragedia que define la existencia, y el arraigo cultural. La música emerge como un mecanismo de resistencia y como vehículo de memoria en medio del sufrimiento. La música es un refugio que, aunque insuficiente para llenar el vacío existencial, simboliza la lucha por preservar la identidad y la memoria en medio de la precariedad y la fragilidad humanas. El tono es profundamente melancólico, marcado por una introspección desgarradora, aunque también contiene destellos de resistencia y crítica social:
“fabrico un charango morochuco tamaño de mi mano / y escribo canciones para un fantasma /
que visita cada noche mi habitación”.
Refuerza la idea del dolor, la soledad y la trascendencia con recursos estilísticos como las metáforas: "Toco hasta que sangren mis dedos" representa el sacrificio y la entrega que implica el camino del arte. "Soy músico de mustio silencio" ilustra una contradicción entre el sonido y el silencio, reflejando la tensión entre la creación y el vacío emocional. "Alimento siete perros con vísceras de las ovejas" evoca la supervivencia en un entorno hostil.
Así también, el charango simboliza la identidad y la resistencia cultural, en medio de la fragilidad inherente del acto creativo: "fabrico un charango morochuco tamaño de mi mano". Por otro lado, "escribo canciones para un fantasma" sugiere una memoria persistente, un tributo a lo irrecuperable.
La referencia al hermano muerto por envenenamiento accidental es desgarradora, exponiendo la tragedia que atraviesa la pobreza y el abandono. Metáforas como "un porongo oculta mi tristeza" traslucen la idea de disimular el dolor en las rutinas cotidianas. Por último, "es un espejismo mi melodía" plantea que la música, como todo arte, podría ser una ilusión, un intento frágil por darle sentido a lo efímero.
En el poema Arrieros: cenizas de eternidad, aborda con tono nostálgico los vínculos familiares y la infancia. El caserón empolvado, los toros bravos, las fiestas tradicionales, los caballos y toros bravos, así como los personajes tradicionales entrañan una evocación del pasado que se va perdiendo con las nuevas generaciones:
ARRIEROS: CENIZAS DE ETERNIDAD
“en los rincones del caserón empolvado de mi infancia
tal vez mañana mis nietos no oirán mi canto
ni escucharán los cascos de mi caballo bailarín Tusuqcha
entonces tal vez ya no habrá ferias de toros bravos
ni corridas sangrientas de todos locos de Pallqacancha”
“quizás ya nadie mencione que en la plazoleta
de Santa Teresa fusilaron a don Basilio Auqui”
Así también, el poema “Camino a las huacas" aborda la relación profunda entre el ser humano, la naturaleza y la sacralidad andina, mediante la evocación:
CAMINO A LAS HUACAS
“un violín me habita
una lanza
florece retamas en mi camino”
Reconoce lo insignificante del ser humano frente al universo, en medio de la fugacidad de la vida:
“acuarelas fatigan mis pies
maraña cósmica surcada de cóndores
ser polvo de luceros que manchan el instante
y desaparecen
mis motivos se tornan fugitivos”
Por su parte, el poema “Arrieros de Carmen Alto” inicia con la alusión al yaraví andino para contextualizar la partida de los arrieros de Huamanga, con un tono de nostalgia. Contrasta la imagen de los niños descalzos en contraste con la vejez y el tiempo inmisericorde que nada perdona mientras prosigue la vida. El espejismo de la juventud y se desvanece pronto mientras la muerte se yergue altiva ante la finitud humana. Por momentos adquiere un tono confesional y desahogo:
ARRIEROS DE CARMEN ALTO
"Con un yaraví / se marchaban de Huamanga
abandonada entonces bulliciosa hoy / niños descalzos patean pelota de trapo
ignoran el devenir / arrastran su vejez
vertiginosa juventud
la muerte sonríe
copas de lágrimas brindan mis culpas no expiadas”
Entre tanto, en el poema "Cuerdas y añoranza" refleja también la nostalgia por la pérdida de la identidad cultura de la música. El paso de la infancia y la relación con la música, la tierra. La música es el vehículo de conexión con la tierra y sus costumbres, representada por instrumentos como el violín, charango, mandolina, guitarra, quena y arpa. El violín se puede asociar con el dolor que rodea a los recuerdos. El título expresa esa dualidad: las cuerdas de los instrumentos conectan el yo poético con el pasado y a la vez dilatan su nostalgia:
CUERDAS Y AÑORANZA
La armonía del violín / me sacude
¿cuándo empecé a cantar?
tocar charango mandolina guitarra quena arpa y violín?
el lucero del alba se encendía
bebo mi tormento canto mi alegría
escribo unos versos
acompañado de mi guardián chimú
Del mismo modo, el poema “Rostros de piedra” reflexiona sobre la condición humana, las adversidades y las tradiciones. La pregunta “¿cómo llegamos a ser humanos?" permite explorar el vínculo entre la humanidad y el pasado, donde la naturaleza cumple una función determinante en la cosmovisión andina, representa las fuerzas ancestrales que permanecen, indicando que el mundo natural es un reflejo de la identidad humana.
¿Nuestro pasado de intermitentes lluvias
cómo llegamos a ser humanos?
los apus permanecen
creando rayos para verse el semblante
negras nubes
rostros de piedra
“atardece
llevo sombras a mi sendero
tras la huaca el humo de leños de cedro
los guardianes huelen mi retorno y ladran”
Finalmente, el poema “Forastero” es un canto a la memoria, a la tierra, y a la capacidad creadora humana para superar el dolor. Aborda la nostalgia por el desarraigo. Enlaza elementos culturales, naturales y personales, arraigado en las tradiciones, la ambivalencia entre identidad y desarraigo, sus recuerdos de infancia y su conexión con la naturaleza. Este poema cargado de nostalgia expresa la resistencia profunda y una celebración de la vida a través de la música, el arte y la identidad cultural:
“charango / nostalgia manos de piel canela
desde los siete años en mis oídos
trepo la pared del vecino y espero la llegada del arriero
en mis manos las estrellas enlazan latidos”
En general, “Músico de fuego” es un poemario que no solo se convierte en un tributo a la identidad cultural andina, sino que también conecta al lector con sentimientos universales de pérdida, resistencia y trascendencia. A través de un lenguaje poético lleno de fuerza y sensibilidad, Nora Alarcón construye un puente entre lo ancestral y lo contemporáneo, logrando una experiencia literaria profundamente conmovedora.